Capítulo 6: «Si no te gusta León, ahí tienes la estación»

Nos despedimos con un pellizco en el ombligo de las brumas de Asturias y de sus frondosos bosques de algodón verde para acercarnos al norte de Castilla la Vieja, allá donde se escucha con fuerza el rugido de su corazón: León. Y, aunque odio los trenes turísticos, decido que haré una excepción para formarnos una composición de lugar. Luego, eso sí, nos detendremos andando en los mejores sitios y nos perderemos por sus callejuelas antiguas y pintorescos barrios. Cuando vamos en el dichoso trenecito, llegamos a la plaza de «Guzmán el bueno» cuya escultura tiene un dedo levantado que parece señalar a la estación y la grabación que nos hace de guía comenta que es típico entre los leoneses, refiriéndose a la pose de esta estatua, decir: «si no te gusta León, ahí tienes la estación». La chanza ha desatado las risas entre los turistas pero no me imagino a nadie que visite León y no le guste. Las ciudades con tanta historia a sus espaldas son sumamente atrayentes para mí porque desde sus cimientos rezuman una poderosa identidad, imborrable a pesar de las vicisitudes que se hayan encontrado en el camino hasta el presente; pero este león rampante que acecha en el norte, no se ahoga en su propia historia sino que sabe esconder sus garras a los visitantes y mostrarles la belleza que habita en su ondeante cabellera.
Es una ciudad muy bonita León, asequible y gustosa para recorrerla andando. Con dos preciosos barrios: el húmedo y el romántico, que se disputan cortejar a esa Santa María de León que se ruboriza desde sus vidriados rosetones hasta los nervios cruzados de sus bóvedas góticas.
El antiguo convento de S. Marcos con su impresionante fachada plateresca, la Casa de Botines, la Real Colegiata de S. Isidoro o el Palacio de los Guzmanes son paradas obligadas en nuestro viaje. Nos acercamos a la Plaza Mayor y callejeamos por el barrio húmedo para buscar dónde comer un buen cocido leonés y desembocamos en la encantadora Plaza del Grano. Un buen sitio para disfrutar del almuerzo viendo cómo el sol acaricia las piedras románicas de Nuestra Señora del Mercado. Y por fin… esa perla del gótico clásico, esa dama hecha de piedra y luz que se adorna con 1800 metros cuadrados de vidrieras medievales para transportarnos a un lugar de ensueño. Recorrer sus brazos viendo cómo el sol juega, se esconde, dormita o se despereza en cada rincón, según el momento del día, nos invita a la contemplación y al silencio y nos inspira en este microcosmos antiguo en el que hemos decidido adentrarnos. Creo que es una de las catedrales más bonitas que he visto en mi vida.
Dejamos León con buen sabor de boca y con ganas, por qué no, de volver a verla con más tiempo. Mañana nos espera nuestro último destino antes de volver a casa saturados de belleza y algo tristes porque se acaba este maravilloso viaje por el norte de nuestro precioso país.

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